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Carlos y Camilla, su historia. Capítulo 1: así fueron de niños

Pronto quiere recordar con sus lectores las vidas de los nuevos reyes británicos, dos existencias paralelas y llenas de dificultades que acabaron unidas por un gran amor

Carlos y Camilla vivieron vidas paralelas hasta encontrarse y enamorarse.

Redacción

El 17 de julio de 1947, el mayor Bruce Shand y su esposa, Rosalind Cubitt, celebraban la llegada al mundo de su primera hija, Camilla Rosemary, sin sospechar que aquella niña rosadita iba a ser la séptima reina consorte de la historia del Reino Unido (que no de Inglaterra) tras superar todo tipo de dificultades y escándalos por amor.

Camilla y su hermana, Annabel, cuando eran pequeñas.

Aunque la niña había nacido en el Hospital King’s College de Londres, los Shand eran la típica familia británica de la alta sociedad cuya residencia principal estaba en la campiña, concretamente en Plumpton, condado de Sussex, pero que poseía una mansión en la capital para pasar allí "la temporada".

Ése era el período anual en el que la élite del país –realeza incluidas– se reunía para celebrar fiestas, bailes de debutantes y eventos en los que se fraguaban alianzas políticas y matrimoniales, una tradición que, tras la Segunda Guerra Mundial, estaba entrando en declive y que prácticamente moriría cuando la reina Isabel canceló los bailes de debutantes en palacio en 1958.

Carlos y Camilla serían primos lejanos

Sin tener título aristocrático propio, los Shand formaban parte de ese exclusivo círculo cercano a la realeza. Bruce era mayor de la compañía de Lanceros y Rosalind, hija del tercer barón de Ashcombe y de Sonia Keppel, de quien se decía que era hija ilegítima del rey Eduardo VII y su última y más conocida amante, Alice Keppel, lo cual, de ser cierto, significaría que Carlos y Camilla son primos lejanos.

Carlos fue un niño criado por “nannies”.

Cuatro meses después del nacimiento de Milla –como la llamaban en casa–, un gran evento revolucionó "la temporada": el 20 de noviembre la princesa heredera, Isabel, se casó con el príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca. Al año siguiente, seis días antes de su primer aniversario de bodas, nació Charles Philip Arthur George, que estaba destinado a reinar 75 años después como Carlos III.

Camilla con su madre y sus hermanas.

Dos infancias en la campiña, pero muy distintas

A los ocho meses, el pequeño y sus padres se mudaron a Clarence House, un palacio londinense que reformaron a su gusto, aunque para ellos, sus residencias preferidas eran el castillo de Windsor y el de Balmoral. Como sus súbditos de más alta alcurnia, Isabel y Felipe preferían la vida campestre y Carlos creció rodeado de naturaleza, perros, caballos, escopetas de caza... pero también de un asistente personal y dos niñeras escocesas encargadas de darle todo el cariño y el amor que sus padres le dosificaban, ya que sólo los veía un momento por la mañana y otro por la noche.

Carlos con su abuela.

Y es que su vida y la de su hermana Ana, nacida cinco años después, se rigió por los severos horarios de palacio, que les impedían disfrutar de pequeñas cosas cotidianas que sí tenían otros niños. La guerra no había acabado ni con la estricta sociedad de clases ni con ciertas costumbres victorianas, y menos en la Familia Real.

Sin embargo, la familia de Camilla no compartía esa idea de "apartar" a los niños de los adultos y ella y sus hermanos, Annabel y Mark, disfrutaron del amor de sus padres mientras crecían en un ambiente alegre y feliz. Desde muy pequeña, aprendió a montar a caballo y su padre le enseñó a cazar, una pasión que no dejaría hasta hace poco.

Siguiendo la tradición, el príncipe y sus hermanos sólo veían a los adultos de la familia dos veces al día. Compartían más tiempo juntos en sus estancias en el campo.

En su primera escuela, Dumbrells, la situación era otra. Allí se enseñaba a las niñas de alta cuna a soportar el sufrimiento sin pestañear y, por eso, eran habituales los castigos físicos. Como la actual reina era tan sociable, recibió más de un azote por hablar, pero según sus compañeras, nunca lloró.

Por aquella época, Carlos, que tenía 4 años, participó en su primer gran evento oficial: la coronación de su madre en 1953, un hito que cambiaría radicalmente su vida. Además de recibir un buen puñado de títulos nobiliarios, tuvo que abandonar su hogar y trasladarse con su familia al Palacio de Buckingham, residencia oficial de los monarcas británicos, donde empezó a educarse con una institutriz.

A los 8 años, se convirtió en el primer heredero al trono en estudiar fuera de palacio, concretamente en la escuela Hill House, donde, al estar con otros niños de su edad, pasó una de las etapas más felices de su vida. El actual rey no era un alumno brillante. Ha transcendido que se le daban bastante mal las matemáticas, la lengua, la geografía y los deportes, pero también que destacaba en historia y pintura, una de sus grandes aficiones.

El árbol genealógico de Carlos y Camilla.

Internos para forjar su carácter

Al duque de Edimburgo, un hombre severo y hecho a sí mismo dentro de la monarquía, le preocupaban las inclinaciones artísticas de su tímido hijo y, con la idea de fortalecer su carácter, lo envió al internado Cheams, donde el principito aprendió a hacerse la cama, limpiar zapatos, planchar y servir la mesa.

Posteriormente, ingresó en el mismo internado escocés en el que había estudiado su padre, Gordonstoun, para vivir allí una de las etapas más terribles de su vida, pues padeció la brutal disciplina de sus profesores y el despiadado desprecio de sus compañeros.

En esa época, nacieron sus dos hermanos pequeños, –Andrés, en 1960, y Eduardo, en 1964-, a los que apenas veía porque el centro restringía sus salidas. De hecho, una vez, lo castigaron con dureza por escaparse con unos compañeros a tomar unas cervezas en un pub cercano. El problema fue que la prensa lo fotografió y ahí fue donde el joven Carlos empezó a descubrir lo que supone ser una celebridad.

La reina Isabel enseñó "el oficio" de rey a Carlos desde pequeño.

Por contra, Camilla vivía despreocupada y feliz. Acudía a Queen’s Gate, una escuela para señoritas de Londres que presumía de "abastecer de esposas a la mitad del cuerpo diplomático y a casi toda la nobleza". Allí, aprendía a coordinar el servicio, organizar veladas, tratar con personalidades... "formación" que completó en un internado suizo. Sólo aspiraba a "casarse bien" y vivir cómodamente en el campo, pero antes, quería divertirse. No era especialmente guapa, pero sí ingeniosa y hablaba a los chicos con naturalidad, lo que la hacía irresistible. Eran los años 60 y la libertad sexual estaba en el aire, así que, en su puesta de largo, muchos sabían que el color blanco de su vestido sólo era una formalidad.

Por su desordenado piso de la calle Ebury pasaron varios novios hasta que conoció a Andrew Parker-Bowles, un pariente de la reina madre con fama de enseñar a las chicas a disfrutar del sexo. Camilla lo conquistó con su simpatía y Andrew empezó a instruirla con su "don" en su apartamento en Notting Hill. Se hicieron inseparables.

Rosalind, madre de Camilla, la instruyó para "casarse bien" y la ayudó a buscar marido, por ejemplo, organizando su puesta de largo.

El príncipe artista

Aunque a otro nivel totalmente distinto, Carlos también comenzó a gozar de un poquito de libertad cuando ingresó en el Trinity College de la Universidad de Cambridge. Allí, además de estudiar, podía pasear tranquilamente en bicicleta, tocar el violoncelo y, superando su natural timidez, compartir la vida universitaria con sus nuevas amistades. Con ellas disfrutaba ensayando para las obras de teatro en las que el joven príncipe daba rienda suelta a su espíritu artístico... para desesperación de su padre.

Pero el deber siempre lo llamaba y, en 1969, tuvo que protagonizar una fastuosa ceremonia en la que la reina lo invistió como príncipe de Gales en Cardiff. Para sorpresa de todos, Carlos dio parte del discurso en galés, mostrando, por primera vez, que no era como su madre.