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Papa Francisco: El obispo que viajaba en metro

Descubre uno de los capítulos más impresionantes de la vida del Papa Francisco

Antes de llegar al Papado, Jorge Mario Bergoglio pasó muchas penalidades.

J.C

La vida del Papa Francsico está llena de sorprendentes capítulos. En 1990 fue apartado a una especie de destierro en la ciudad argentina de Córdoba. ¿El motivo? Quería que la orden de los jesuitas volviera a los principios de austeridad con que había sido creada.

Así pues, con 53 años, recibió aquel traslado como un auténtico castigo. Con todo, Bergoglio se tomó aquellos dos años como un tiem- po de “purificación interior”, completamente consciente de que era “como una noche, con alguna oscuridad interior”.

En la residencia vivían 21 curas ancianos, “de los cuales cuatro estaban postrados. Me ayudaba a cambiarlos. Le gustaba bañarlos a primera hora para que a las seis de la mañana estuvieran todos limpios y las sábanas cambiadas, que él mismo lavaba”, recordaba Carlos pinassi, empleado laico de la residencia y antiguo novicio.

Además, “sobre las seis o las siete dábamos mate cocido y pan a los pobres que llamaban a la puerta. Empezó viniendo uno y, con el tiempo, llegó a formarse cola. Los contamos, eran 108”, añadía.

Un día, en 1992 Bergoglio se acercó al que ya era su amigo y le avisó “de que creía que iba a ser designado obispo. Me dijo que no nos veríamos por un tiempo”. Spinassi lloró en aquel momento. “Para mí no era un sacerdote sino un padre-hermano”, aseguraba. Ya no se vieron más. Hoy aquella habitación número cinco que ocupó es un museo.

Así, el 20 de mayo de 1992, cuando seguía “desterrado” en la residencia de Córdoba, Juan Pablo II nombró al padre Bergoglio obispo titular de Auca, un título simbólico sin jurisdicción territorial, pero que, a sus 55 años, lo convertía en uno de los seis obispos auxiliares de Buenos Aires.

El obispo de las villas-miseria

Lo normal es ver a los obispos en los despachos, pero Bergoglio fue un obispo diferente. Pasó de ser un “cura de barrio” a un “obispo de barrio”.

Consecuente con sus ideas de pobreza, Bergoglio rechazó el elegante alojamiento habilitado para los obispos y se instaló en el Hogar Sacerdotal Monseñor Mariano Espinosa, de cuya gestión se encargaban las hermanas del Buen y Perpetuo Socorro. También declinó el chófer que tienen los obispos a su disposición.

Prefería seguir usando el metro o el autobús o, incluso, ir a pie hasta las parroquias donde hacían su apostolado los curas villeros.

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