La valiente confesión de Lorena Gómez sobre su TCA: analizamos sus palabras con una psicóloga especializada
La psicóloga Raquel Molero analiza las palabras más duras de Lorena Gómez sobre su TCA y pone el foco en las heridas que deja la presión estética

Analizamos las palabras de Lorena Gómez sobre su trastorno alimentario en el podcast de Tania Llasera.
Con voz serena pero llena de emoción, Lorena Gómez se ha abierto como nunca en el podcast 'Upeka', de Tania Llasera. La cantante, ganadora de Operación Triunfo 2006, ha revelado que a los 19 años sufrió un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), una lucha silenciosa que vivió durante años en soledad. Lo cuenta ahora, con perspectiva, pero sin restarle dureza: "No lo superas nunca", confiesa.
Todo comenzó tras su salida del programa, cuando empezó a trabajar con un nuevo equipo. Allí, una frase aparentemente inofensiva se le clavó como un dardo: "Una mujer, antes de unas fotos, me dice: 'Estos días cuídate la dieta, ¿eh? Que sabes que cuando estás un poquito más delgadita es mucho mejor a la hora de vender'". El impacto en su salud mental fue inmediato: "A mi madre la hice sufrir muchísimo, a mi familia", añade, con la voz entrecortada.
A partir de ahí, comenzó un camino marcado por la culpa, el miedo y la obsesión con la báscula. "Yo tenía un médico que me pesaba de espaldas, que era un psiquiatra, porque yo tenía miedo a la báscula", relata. Incluso en terapia, cuenta, su deseo era escuchar una única frase: "Yo a mi psicóloga le decía que cuándo era el día que me iban a decir que estaba más delgada y ponerme muy feliz".
Ahora, con más madurez y herramientas, Lorena intenta mirar hacia atrás con comprensión. Pero la herida sigue ahí. "Siempre me he visto gordita, grande… Yo deseando hacer una 34 en mi vida y hacía una 40, pues es lo que hay", ha reconocido en esta charla en el podcast de Tania Llasera.
El testimonio de Lorena Gómez se suma al de otras mujeres conocidas que han compartido públicamente su experiencia con los trastornos de la conducta alimentaria. Marta López Álamo confesó que padeció anorexia durante su adolescencia, llegando a estar "cuatro o cinco años sin comer prácticamente nada" . Por su parte, Carla Vigo, sobrina de la reina Letizia, ha hablado abiertamente sobre la bulimia, que la llevó a ser hospitalizada. María Patiño, Marisa Jara, Ruth Lorenzo o Violeta Mangriñán son sólo algunos de los nombres que engrosan esta lista.
¿Qué hay detrás del "nunca soy suficiente"? Una psicóloga explica cómo se vive un TCA desde dentro
Para entender mejor qué hay detrás de un TCA y por qué muchas personas, como Lorena, sienten que no se supera nunca, hablamos con Raquel Molero, psicóloga especializada en TCA, trauma y personalidad, y directora del gabinete Nalu Psicología. Raquel analiza el testimonio de la artista, y pone palabras al dolor que muchas mujeres arrastran en silencio durante años.
PRONTO.ES ¿Es la fama un factor de riesgo para sufrir un trastorno alimentario?
RAQUEL MOLERO: Puede serlo, sí. La fama, sobre todo cuando llega de forma repentina y en edades tempranas, pone a las personas bajo en el punto de mira. De repente, todo el mundo opina sobre ti: tu cuerpo, tu ropa, tu manera de moverte. Te conviertes en un referente, en el foco de la crítica y de las miradas. Eso genera una presión difícil de gestionar.
En el caso de artistas como Lorena Gómez, hay varios factores que pueden influir. Por un lado, la industria musical sigue cargada de estereotipos estéticos muy marcados, donde el físico a veces cuenta tanto o más que la voz. Además, muchas mujeres que alcanzan cierta visibilidad experimentan hipersexualización, lo que coloca el cuerpo en el centro, como si fuera una herramienta más de promoción. Eso es agotador y puede pasar factura.
Y luego están las redes sociales. Compararte, recibir críticas, ver tu imagen multiplicada… todo eso puede hacer que una inseguridad puntual se convierta en algo más profundo. La hiperexposición, los comentarios hirientes, el miedo a “no dar la talla”... unido a ciertas vulnerabilidades, puede hacer que un trastorno alimentario aparezca o se mantenga.
P: Lorena menciona que "no lo superas nunca". ¿Es común que quienes han vivido un TCA sientan que la recuperación es un proceso continuo?
R.M.: Sí, muchas personas lo viven así. Pero quizá no se trata tanto de no superarlo nunca, sino de aprender a mirar el TCA desde otro lugar. En psicoterapia, solemos entender el TCA como una defensa que la persona desarrolló en su momento para sobrevivir emocionalmente a algo que dolía, que desbordaba o que no podía nombrar.
Con el tiempo, esa defensa puede dejar de ser necesaria. Pero la estructura que lo sostenía —el miedo, el perfeccionismo, la autoexigencia, la necesidad de control— no desaparece de un día para otro. Por eso, aunque haya una recuperación clara y funcional, pueden quedar latentes inercias de esa forma de protegerse, sobre todo en momentos de vulnerabilidad.
Cuando podemos mirar el TCA como un síntoma con función, empezamos a entender que lo que necesita atención no es solo la relación con la comida o el cuerpo, sino lo que está por debajo: experiencias de inseguridad, vínculos donde no hubo lugar para ser una misma, heridas que quedaron abiertas. Muchas veces el síntoma habla de eso, de algo que dolía mucho antes de que aparecieran las conductas alimentarias.
La recuperación no es una línea recta ni un “cerrar etapa”. Es un proceso en el que la persona empieza a comprender para qué sirvió esa forma de estar en el mundo, qué función tuvo en su historia y qué necesitaba proteger o expresar a través de ella. No se trata de juzgar ni de borrar lo vivido, sino de poder mirarlo con otros ojos, con más comprensión y menos culpa.
Desde ahí, se abren posibilidades nuevas: otras formas de regular el malestar, de vincularse, de habitar el cuerpo y la vida. Más conectadas con lo que realmente se necesita. Por eso, más que “superar” un TCA, hablamos de reparar lo que hay detrás, de atender lo que dolía antes. Y eso, sí puede sanar.
P: Lorena Gómez dice que sentía que no era "nunca suficiente". ¿Es esa una idea común en pacientes con TCA?
R.M.: Sí, es muy común. De hecho, esa frase —“no soy suficiente”— suele estar en el centro del malestar de muchas personas que desarrollan un TCA. No hablamos solo de una insatisfacción con el cuerpo. Es algo mucho más amplio y más profundo: tiene que ver con una vivencia interna de inadecuación, de no estar a la altura, de no merecer.
Esa creencia no aparece de la nada. Muchas veces está ligada a experiencias tempranas en las que la persona sintió que debía hacer más, rendir más, ser “mejor” para recibir afecto, reconocimiento o simplemente para pertenecer. El síntoma —las conductas alimentarias, el control, la autoexigencia— aparece como una forma de intentar conseguir ese lugar. De tener valor.
Desde una perspectiva clínica, entendemos esta idea de “no ser suficiente” como parte de un guion de vida, una narrativa interna que se va construyendo desde muy pequeña y que marca la forma de relacionarse con una misma y con los demás. El TCA, en ese contexto, puede funcionar como una defensa: una forma de regular la angustia que genera esa sensación constante de carencia personal.
Trabajar esto en terapia no es solo desmontar una creencia, sino reparar un vínculo interno: empezar a verse con otros ojos, a construir una imagen más amable, más realista, menos condicionada por lo que una cree que tiene que ser. Es ahí donde empieza a cambiar algo de verdad.
PRONTO: Lorena cuenta que quien le sugirió ponerse a dieta fue otra mujer. ¿Duele más cuando ese tipo de comentario viene de alguien de quien esperas complicidad?
RAQUEL MOLERO: Sí, duele más. Porque no es solo un comentario sobre el cuerpo: es un mensaje que viene de alguien con poder, con legitimidad, y en un momento de la vida especialmente vulnerable. Lorena tenía 19 años. Estaba en plena construcción de su identidad, expuesta públicamente, y en un entorno nuevo donde todavía estaba encontrando su lugar. Y quien le hizo ese comentario era otra mujer, sí, pero también alguien que ocupaba un lugar jerárquicamente superior: probablemente con más experiencia, más prestigio, más influencia. Eso cambia todo.
En ese tipo de vínculos —asimétricos, pero con una expectativa implícita de cuidado o validación— el impacto emocional es profundo. Porque no se recibe solo como una opinión: se vive como una indicación, como una corrección, como una especie de mandato para “ser aceptada”. Y en muchos casos, la persona interioriza ese mensaje como verdad, no como sugerencia.
En terapia lo vemos a menudo: comentarios como este no solo afectan por lo que dicen, sino porque tocan algo muy de fondo. El deseo de pertenecer. El miedo a no estar a la altura. La necesidad de ser querida o reconocida. Cuando esa necesidad choca con un mensaje que apunta directamente al cuerpo, se activa una lógica en la que el síntoma (la restricción, el control, el maltrato al cuerpo) se vuelve una forma de adaptarse a ese entorno, de ganarse el lugar.
Por eso, más allá de la intención con la que se diga, el lugar desde el que se dice y la posición que ocupa quien lo dice importan mucho. Y cuando el comentario viene de alguien con quien una esperaba complicidad, el efecto puede ser doblemente doloroso: se siente como una traición, y como una confirmación de que una no es suficiente tal y como es.