Los dramáticos testimonios de las víctimas de los incendios
La provincia de Ourense es una de las más castigadas por las llamas que han asolado aldeas como Cernego y San Vicente, donde sus vecinos lloran la pérdida de sus casas y de un entorno natural irrecuperable
En 2019, el cineasta Óliver Laxe hablaba en su película ‘Lo que arde’ (en gallego, ‘O que arde’) del problema de la desaparición del mundo rural a causa de los incendios forestales. Y en los últimos días, esta situación se ha podido ver en toda su crudeza debido a la grave ola de incendios que ha golpeado a parte de España y, en particular, a las comunidades de Galicia, Castilla y León y Extremadura.
El fuego deja por ahora más de 87.000 hectáreas calcinadas tan sólo en la provincia de Ourense, con miles de personas confinadas o evacuadas, aldeas arrasadas y problemas en las comunicaciones, tanto telefónicas como ferroviarias, así como también en los suministros.
Los vecinos combaten los destrozos con solidaridad
“Aquí no vino nadie. Fue horroroso”, comentan los vecinos de la zona, que se enfrentaron al fuego con tractores, cubos y rastrillos.
En dos de estas aldeas en las que el fuego devoró decenas de casas, ambas situadas en Vilamartín de Valdeorras, los vecinos señalan el horror vivido por los estragos de las llamas, que les han dejado sin electricidad ni agua debido a los daños en las infraestructuras eléctricas.
“Aquí no vino nadie, fue horroroso. Nos sentimos abandonados, no había forma de comunicarte con nadie y no sabías lo que estaba pasando porque estaba todo lleno de humo y no se veía nada”, rememoran los pocos habitantes que estos días han vuelto a reunirse en las calles, llenas de escombros, para comprobar ‘in situ’ el estado en que han quedado sus viviendas.
Todos combaten los destrozos con solidaridad y comparten generador, agua y comida. En Cernego vive Ahmed, un hombre de 46 años natural de Marruecos y que recaló hace un año y medio en esta pequeña parroquia situada a apenas seis kilómetros del ayuntamiento de la zona, Vilamartín de Valdeorras, después de casi 20 años en Tarragona.
“Ahora, ¿quién va a limpiar todo esto?”
Fue el único vecino que se negó a huir del pueblo y, al acabar su jornada laboral, decidió entrar para combatir las llamas que ya se aproximaban a las viviendas. “Cuando subí, pensé que ya estaría todo quemado. Pero, al llegar, vi que no. Me encontré con fuego por todos lados y empecé a llenar cubos de agua para tratar de sofocar las llamas hasta que a las 5 de la madrugada, vinieron otros dos chicos a ayudar”, cuenta este hombre, quien finalmente pudo salvar su casa. Fatigado y con el rostro cansado después de días luchando de forma incansable contra el fuego, Ahmed lamenta que no fuese nadie y que tuvieran que ser los propios vecinos, a título particular, los que lucharan contra el fuego con los medios que tenían a su alcance: tractores, cubos de agua y rastrillos. La pregunta que lanza es: “Y ahora, ¿quién va a limpiar todo esto?”.
Alfonso Soto, un ganadero que tiene una explotación ovina que suma unas 100 cabezas (ovejas y cabras) recuerda que hace años vio algún incendio “pero como esto, nunca”.
La principal preocupación de este ganadero, una vez salvada su casa y los animales, residía en cómo darles de comer. “Me ardieron 400 alpacas de hierba que tenía para poder alimentar al ganado”, dice mientras mira hacia los terrenos de alrededor, reducidos a cenizas. En el fuego también perdió una pequeña bodega en la que atesoraba vino y botellas de aguardiente. “Es lo que hay”, zanja resignado este ganadero, quien recuerda Cernego, de apenas 20 vecinos, en los momentos de su máximo esplendor, cuando llegó a sumar cerca de 400 personas. “Hasta tenía ayuntamiento y cuartel de la Guardia Civil”, cuenta, orgulloso.
En Vilamartín, un 70 por ciento de las casas están afectadas
En San Vicente (Vilamartín de Valdeorras), Marcelino Mondelo, cuyo hogar se quemó, y su hermana se abrazan desolados.
Hoy, el pueblo se ha convertido en una aldea llena de escombros, olor a humo y sin agua ni luz. A pocos kilómetros, Marcelino Mondelo, de 62 años, y su hermana comprueban los daños en la aldea de San Vicente con lágrimas en los ojos. Han perdido su casa. Van sin rumbo, porque no tienen adónde ir. “Fue cuestión de minutos que ardiese todo”, explica Marcelino, que casi a diario iba a su huerta, que ha quedado totalmente calcinada, en la que cultivaba tomates, cebollas, pimientos... Ha perdido también maquinaria, una moto antigua y una pequeña bodega. Por eso no puede evitar decir que “a este pueblo querían matarlo y, al final, ha muerto”. De hecho, ya piensa en dar de baja el recibo de la luz y del agua.
“Si no tengo casa, ¿a qué voy a venir?”, reflexiona, antes de recordar, pesaroso, que “en San Vicente hubo mucha vida. Llegó a tener cinco bares, estanco e incluso discoteca. También podías comprar, venía todos los días el pescadero y también había hornos de pan”. Si hasta allí llegaba el autobús escolar para llevar a los más pequeños al colegio. “Había muchísimos niños”, asegura.
Dividido en dos aldeas, San Vicente se ha convertido en una de las zonas cero de estos incendios, que afectan a la provincia de Ourense. La mayor parte de las casas han quedado derruidas. Se pueden ver las paredes y las vigas, negras y aún humeantes, y, en la calle, los restos de algún coche calcinado así como de animales muertos en las proximidades de la carretera que comunica con el pueblo. Es el balance desolador de los incendios en Vilamartín, con casi un 70 por ciento de sus viviendas afectadas. Una de ellas, la de Jaime, de 75 años, que no pudo contener las lágrimas después de pasar la noche con otros dos vecinos intentando salvar las viviendas.
“Es horrible ver esto. Todos nuestros recuerdos quemados. Solo quedan cuatro paredes. A los pueblos pequeños nos han abandonado por completo”, lamentan los pocos vecinos que quedan en estas aldeas. El único alivio que les queda ahora en este lugar es rememorar tiempos pasados. Para los expertos y trabajadores que se dedican a luchar contra el fuego es difícil apuntar a un único motivo para explicar que todos los años arda Galicia y, en particular, la provincia de Ourense.
“La prioridad es proteger a la gente y después, si es posible, las casas”, nos cuenta el brigadista Brais López (izquierda)
Brais López Baptista, brigadista de la Brigada de Refuerzo de Incendios Forestales (BRIF) de Laza y voluntario de Protección Civil en A Rúa, señala varios factores detrás de los incendios. En primer lugar, señala que este año ha llovido mucho, por lo que ha crecido mucha maleza. Esta circunstancia, aclara, ha supuesto “que no haya dado tiempo a desbrozarla toda”. Por último, apunta a la desaparición del ganado de las aldeas. “Los pueblos con ganado se salvaron”, insiste.
Apagando fuegos 12 horas diarias
El brigadista también reflexiona sobre la voracidad de los incendios de este año. “Recuerdo que en 2022 hubo muchos fuegos, pero este año está siendo peor. Arde en toda la provincia y no hay medios para todos; no hay quien controle estos incendios”, se lamenta Brais, quien ha aprovechado los días libres que tiene para ir a ayudar “allí dónde nos necesitan”. A sus espaldas, jornadas maratonianas que estos días pueden llegar a superar las 12 horas diarias. La prioridad está clara. “Proteger a la gente y, después, si es posible, las casas. Con tantos incendios, no se puede hacer mucho más”, sentencia.
Lara Ferreiro: "Una de cada 5 personas expuestas a catástrofes naturales podrían desarrollar un trastorno mental"
Texto: Silvia Alberich
Las llamas siguen devorando una parte importante de nuestro país, sobre todo, Castilla y León y Galicia. Ambas comunidades han sido devastadas por los incendios, algunos de los cuales aún siguen activos. A las víctimas mortales y la desolación se une la devastación provocada por el fuego, que ha reducido a cenizas espacios verdes y entornos naturales de gran valor paisajístico. Es lo que se conoce como ecoduelo, del que nos habla la psicóloga madrileña Lara Ferreiro.
La aldea de Cernego (Ourense) ha sido una de las más castigadas por el fuego.
PRONTO: Empecemos hablando del ecoduelo. ¿Qué es?
LARA FERREIRO: Es el dolor que sentimos al ver destruido nuestro ecosistema, porque forma parte de nuestra identidad y nuestra vida. Quienes han crecido rodeados de naturaleza y la ven arder, sienten una pérdida similar a la de un ser querido.
P.: ¿Cómo afectan los incendios a nivel mental y emocional?
L.F.: Suponen un alto nivel de estrés. El fuego es un fenómeno que activa nuestro sistema de alarma del cerebro, la amígdala, y genera miedo, ansiedad, amenaza... Hasta el 30% de supervivientes de catástrofes de este tipo tienen un trauma fuerte, lo que se conoce como trastorno por estrés postraumático. La pérdida del hogar y la inseguridad provocan insomnio, ansiedad... Y el 50% de quienes viven un incendio tienen una angustia y se quedan en congelación o shock.
P.: ¿Cómo se gestiona el impacto y las pérdidas que causan las llamas?
L.F.: Se procesa como un duelo. Hay 2 tipos: el emocional, por lo que has perdido (tanto material como humano, si es el caso) y el ecoduelo, del que ya he hablado, que es la tristeza de ver todo tu entorno arrasado. En este caso, suelen necesitarse tres semanas de adaptación. Si no se consigue superar o se sigue con una sintomatología muy intensa durante más de un mes, hay que ir a terapia, porque podría haber algo más de base. Es muy importante el apoyo social y la ayuda comunitaria.
"Muchos pirómanos, de pequeños, querían ser bomberos"
P.: ¿Qué secuelas deja un incendio a los afectados?
L.F.: Depresión, ansiedad, trastorno por estrés postraumático, miedo persistente al fuego o a volver a la zona quemada, pirofobia... Esto último es pánico a todo lo relacionado con el fuego, las velas...
En el plano físico, el fuego provoca inhalación de humo, fatiga crónica, alteraciones del sueño... Y, en el social, pérdida de la comunidad, desplazamientos forzados, rupturas de redes vecinales e incluso de pareja, porque, como la casa está destruida, ya no tienes nada en común con tu pareja (en casos de crisis previa). De hecho, una de cada 5 personas que están expuestas a catástrofes naturales podrían desarrollar un trastorno mental.
P.: Se habla de pirómano e incendiario indistintamente. ¿Son lo mismo?
L.F.: No. El 90% de los incendios los provoca el ser humano. El pirómano tiene un trastorno mental y suele actuar solo, mientras que el incendiario lo suele hacer en grupo. El pirómano no va a la cárcel y, el incendiario, sí. Este último tiene envidia de su vecino y le quiere comprar la finca muy barata y se la quema para ver si se la compra a menor precio o lo hace por venganza. En cambio, el pirómano, desde pequeño, tiene fascinación por el fuego, es una persona enferma y muchas veces incluso ayudan a los bomberos (de hecho, muchos pirómanos de pequeños han querido dedicarse a ello).