Golpe de calor: así puedes evitarlo
El golpe de calor y la deshidratación son peligros reales, pero también perfectamente evitables si actuamos con responsabilidad y prevención. Este verano, protégete a ti y a tus seres queridos

Trucos para evitar un golpe de calor.
Las olas de calor son cada vez más frecuentes e intensas en nuestro país y sus efectos sobre la salud pueden ser graves. Esta situación se agrava cuando los termómetros superan los 32 o 33 °C, sobre todo en días húmedos o con noches tropicales en las que el cuerpo no logra descansar ni regular su temperatura adecuadamente.
En el verano de 2024, en España se registraron 2.020 muertes atribuibles al calor, de las cuales 17 fueron clasificadas específicamente como golpes de calor.

El golpe de calor es una urgencia médica que se produce cuando la temperatura corporal alcanza o supera los 40°C y el organismo pierde su capacidad para autorregularse. En estos casos, pueden aparecer síntomas como piel seca y caliente, ausencia de sudoración, náuseas, dolor de cabeza, confusión, calambres, dificultad para hablar, desmayos o incluso pérdida de conciencia.
En los niños pequeños, también pueden observarse irritaciones cutáneas en cuello, axilas, pecho y zona del pañal. Ante cualquiera de estos signos, es imprescindible llamar al 112 y, mientras llega la ayuda médica, trasladar a la persona a un lugar fresco y aplicar compresas de agua fría en la cabeza, ingles, axilas y nuca. Solo si está consciente se le puede ofrecer agua a pequeños sorbos.

Recomendaciones para evitar los golpes de calor
La hidratación juega un papel fundamental en la prevención tanto del golpe de calor como de otras complicaciones relacionadas con las altas temperaturas. Incluso una deshidratación leve puede provocar fatiga, pérdida de concentración y malestar general. Para comprobar si el cuerpo está bien hidratado, conviene observar el color de la orina —que debe ser clara o amarillo pálido—, la frecuencia de la micción (cada tres o cuatro horas), el estado de la piel (elástica al tacto) y la sensación de boca húmeda y energía suficiente durante el día.

Hay ciertos grupos de población especialmente vulnerables al calor, como los mayores de 65 años, los niños menores de cinco, las personas con enfermedades crónicas —cardíacas, respiratorias, renales, metabólicas o endocrinas—, quienes toman medicamentos como diuréticos o antidepresivos, las mujeres embarazadas y quienes padecen sobrepeso. También deben extremar precauciones los trabajadores al aire libre y quienes tengan fiebre, vómitos o diarrea, ya que en todos estos casos la capacidad de regulación térmica está reducida o el riesgo de deshidratación es mayor.

Para evitar complicaciones, se recomienda beber agua con regularidad, aunque no se tenga sed, preferentemente unos dos litros al día. También conviene consumir frutas y verduras ricas en agua, como sandía, melón, pepino o tomate, y evitar las bebidas con cafeína, alcohol o alto contenido en azúcar, como las energéticas, que dificultan la termorregulación y pueden agravar la deshidratación. En cambio, el agua con limón y unas hojas de menta resulta una excelente alternativa: hidrata, refresca y aporta electrolitos y vitamina C.
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