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Lola Flores con Manolo Caracol.

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La dureza y la miseria de la posguerra hacían estragos en España, donde reinaba una sociedad dominada por el hambre y la represión. Tampoco fueron tiempos sencillos en el hogar de los Flores y, aunque Lola, de 16 años, tenía hasta nombre artístico –Lolita Flores Imperio de Jerez–, sus actuaciones no le daban dinero suficiente para sacar de pobre a su familia.

Ella veía pasar los días cuidando de sus hermanos, echando una mano en la nueva taberna de su padre, El Pavo Real, y buscando oportunidades artísticas mientras su talento crecía a la par que su voluptuosidad como mujer. "A los hombres los trastornaba, y yo me dejaba admirar, pero sanamente, que no era yo una talega de picardía aún", reconocía Lola en sus memorias.

La artista y su hermana, Carmen, empezaron a trabajar en tablaos y tabernas.

Sin embargo, empezaba a descubrir lo que era la pasión, algo que se desató con la furia de un huracán cuando se topó por primera vez con Manolo Caracol, con el que se fue de gira con 17 años, a pesar de la oposición de su madre, por la fama de Manolo Caracol y porque su hija no tenía edad "ni el carné para ser artista".

La joven cobraba 100 pesetas diarias  y se sentía una verdadera artista actuando para la gente de los pueblos de Sevilla, ya fuese en plazas y vistiéndose en los corrales entre cerdos y gallinas. Sin embargo, la "tournée" finalizó y Lola regresó a Jerez sin que pasara nada entre ella y Manolo.

A Madrid, con dos duros en el bolsillo

En 1940, Lola se fue a la capital con su madre y las dos se alojaron en el barrio de Salamanca. La Faraona se sentía en el paraíso, en un lugar donde parecía que la posguerra no existía y todo eran luces y brillos.

Sin embargo, madre e hija acabaron regresando a Jerez con más ilusiones que dinero, aunque dispuestas a volver a la Villa y Corte para conseguir lo segundo. Aficionado a las mudanzas, a su padre no le costó vender su Pavo Real y poner rumbo a la capital con los suyos, con dos duros en los bolsillos.

Cartel promocional de una de sus primeras películas, "Un alto en el camino".

Madrid era una ciudad complicada. Se instalaron en una casa de la calle Juan Bravo y, a diario, se las veían y deseaban para encontrar trabajo o un pequeño sustento para comer. Por suerte, algunos artistas ayudaron a Lola.

Estrellita Castro le regaló tres vestidos y el maestro Quiroga, a menudo, le daba algo de dinero con el que pasar la semana. Pero el pobre Pedro recorría las calles de Madrid pidiendo un empleo sin suerte. "Mi madre perdió 5 kilos, ella decía que de tanto llorar, yo creo que de tanto no comer", recordaba Lola en su biografía.

Cuando estaban a punto de tirar la toalla y volver a Jerez, su padre consiguió trabajo en una freiduría de pescado y a Lola le ofrecieron una gira por el norte de España, con un número pequeñito, cantando "La Parrala", de Concha Piquer. Sin embargo, aún no había llegado su gran momento, y tendría que esperar aún un poco más para salir de pobre.

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