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Una de las pocas fotografías que hay de los dos juntos. Juan Carlos tenía 18 años y Olghina, 22.

Jaime Peñafiel

Con motivo del reciente fallecimiento a los 87 años de tan traicionera dama, quiero dejar bien claro que Olghina de Robilant no fue, en modo alguno, un gran amor de don Juan Carlos.

En esos tiempos, el futuro rey ya tenía un temperamento muy romántico y mucho éxito con las chicas. "Siempre estaba cambiando de novia", recordaba su hermana la infanta Pilar. "Más de una vez hice cosas increíbles por él, como ir a decirles a algunas chicas que mi hermano ya no podía seguir adelante con la “aventurita”".

Olghina era una más, aunque de cierta categoría social. Era hija del conde italiano Carlo Nicolis di Robilant, había nacido en Venecia, vivía en Roma y pasaba temporadas en Portugal, donde conoció a don Juan Carlos.

Juan Carlos comenzó a salir con ella cuando se veía con otra mujer

El encuentro se produjo en 1956, en la playa del Guincho, en la costa de Estoril. Él tenía 18 años y ella, 22. Fue una noche veraniega, de luna llena y cálida brisa. El príncipe se comportó de manera franca y seductora en su cortejo. Y como caballero español, Juanito se presentó en casa de Olga para pedirle permiso a su padre para salir con ella, a pesar de tener otro amor en su vida, María Gabriela de Saboya.

Don Juan Carlos se movía en un laberinto de tentaciones y muros franqueables, con la delicadeza de un gato. Y a Olga nunca le ocultó que de quien estaba enamorado era de María Gabriela.

"Te quiero mucho, tú me quieres y nos adoramos, pero tengo la obligación de casarme con María Gabriela", le escribió en mayo de 1957.

Dos versiones de su ruptura

El fin de la historia entre Juan Carlos y Olghina en 1962 tiene dos versiones de la propia "señora". Una, que pude leer en un documento que me dejó, y otra, la de su desvergonzado libro de 1993, "Reina de corazones. Vida y amores de una aristócrata" (Grijalbo).

En la primera, escribe textualmente que, durante los Juegos Olímpicos de Roma de 1960, "un día, Juanito vino a buscarme a un local nocturno. Y me contó que se acababa de comprometerse con una joven maravillosa, Sofía de Grecia, de la que se había enamorado. Me dijo que no quería hacerme daño, pero que deseaba mi aprobación: 'Quiero que compartas mi felicidad, dándome tu amistad”".

Sigue explicando que le enseñó un anillo de compromiso, con dos corazones de rubí, y esa misma noche decidieron que no se volverían a ver.

Sin embargo, en la segunda versión, la del libro, Olghina cuenta que, de camino a Ginebra, donde iba a tener lugar la petición de mano, Juan Carlos hizo noche en Roma. Y ahí, de forma casual o por haberlo acordado previamente, se encontró con ella. Después de bailar hasta la madrugada, la pareja, arrebatada de pasión, tomó un taxi y se dirigió a la pensión Pasiello, un lugar horrible que su imaginación convirtió en un jardín de la Alhambra. Entonces, Juan Carlos le contó que se había prometido con la princesa Sofía y le enseñó el anillo de pedida que, 24 horas después, le entregaría a su futura esposa.

Olghina inspiró al mismísimo director italiano Federico Fellini

Hay que recordar que, en Roma, Olghina fue en los 50 y los 60 una de las protagonistas de la "jet set" capitalina, una joven que no podía faltar en ninguna fiesta que se preciara. Su figura y sus anécdotas inspiraron al director italiano Federico Fellini para incluir en "La dolce vita" la escena del baño de Anita Ekberg en la Fontana di Trevi.

Olghina había hecho lo mismo tiempo atrás, después de perder una apuesta. Así era su vida. Llena de amor, diversión y nombres famosos con los que vivió sonados idilios, como el escritor Ernest Hemingway, el rey Umberto de Saboya y actores como Burt Lancaster y Alain Delon.

En medio de ese torbellino de amantes, a los 25 años, se convirtió en madre soltera de Paola, de quien se dijo que era fruto de su relación con Juan Carlos, algo que ella desmintió rotundamente. En 1966, Olghina se casó con el pintor Antonello Aglioti, pero aquel matrimonio, del que nació su segunda hija, Valentina, no duró demasiado.

Las cartas de la traición

Llegados ya a los años 80, Olghina protagonizó un episodio turbio a cargo de la correspondencia que mantuvo con Juanito durante su idilio. Y es que necesitaba dinero y se le ocurrió pedir 10 millones de pesetas por ella.

Fui yo quien se encontró con Robilant un día de enero de 1986, en el que ella viajó a Madrid para venderme su correspondencia amorosa. Tuvo la desvergüenza de decirme: "Estoy segura de no causar daño a su Majestad exponiendo un aspecto tan secreto de su pasado. Y no voy a pedir que se me perdone la osadía".

Por mi lealtad hacia el Rey me puse en contacto con él, a través del inolvidable general Sabino Fernández Campo, a quien el monarca ordenó que comprara esas cartas. Pero alguien de mi equipo en "La Revista" –que yo dirigía entonces– las fotocopió para venderlas a "Interviú" y a la revista italiana "Oggi", donde aparecieron meses después. Un canallesco gesto de deslealtad a mi persona.

Aquí no acabó la historia de las cartas. El administrador del Rey, Manuel Prado y Colón de Carvajal, más conocido como el "manquillo", presumió ante mí de haber sido él quien pagó las 27 cartas.

"Con el dinero de Juan Carlos, que tú administras", le respondí. El muy miserable no me perdonaba que hubiese publicado el fin de su amistad con Juan Carlos, quien se negaba a ponerse al teléfono cuando le llamaba. Ignoro los motivos. Que tenerlos, los debía de tener.

Peñafiel con Olghina, quien en los 80 puso a la venta las 27 cartas de amor que tenía del Rey.