Una psicóloga nos cuenta cómo afectan a los niños las peleas de sus padres
La pelea del hijo de Paulina Rubio con su madre reabre el debate sobre cómo viven los menores las separaciones de famosos, marcadas por juicios, declaraciones cruzadas y presión mediática. La psicóloga Raquel Molero analiza el daño emocional que puede causar esa exposición en la infancia

Cuando el amor se rompe, las consecuencias siempre son dolorosas. Y si la ruptura además se produce bajo la mirada pública, el impacto emocional puede multiplicarse, y los hijos pueden quedar atrapados en el centro de este huracán. La pelea del hijo de Paulina Rubio y Colate con su madre, por supuesta agresión, pone sobre la mesa una realidad incómoda: ¿qué consecuencias puede haber para los hijos cuando sus padres deciden exponer sus conflictos en público o se filtran informaciones que les afectan directamente?
El de Paulina y Colate no es un hecho aislado. Rocío y David Flores crecieron en medio de una guerra familiar mediática entre Antonio David y Rocío Carrasco; el conflicto de Shakira y Piqué también ha salpicado a sus hijos, que incluso participaron en una de las canciones de su madre en plena etapa de desahogo artístico contra el futbolista. Yendo más atrás, la hija de Belén Esteban y Jesulín decidió poner tierra de por medio y alejarse de la mirada pública que la acompañaba desde la cuna.
Raquel Molero, psicóloga: "Genera confusión, inseguridad..."
¿Es posible crecer con normalidad cuando tus padres se enfrentan en los medios y/o en los juzgados? Raquel Molero, psicóloga y directora de Nalu Psicología, reflexiona sobre el papel de los adultos cuando el amor se acaba y el riesgo de exponer a los menores a guerras familiares mediatizadas.

La psicóloga Raquel Molero.
PRONTO: ¿Qué impacto puede tener en un menor crecer entre disputas judiciales y conflictos familiares que se hacen públicos?
RAQUEL MOLERO: Cuando un conflicto familiar se hace público, el menor puede acceder —o recibir por otros— mucha más información de la que necesita o puede sostener: titulares, entrevistas, comentarios en redes, opiniones del entorno… Ese exceso de datos, sin contención, puede resultar abrumador. Porque el menor tiene que hacer un esfuerzo interno para resumir, interpretar y colocar ese exceso de información, para entender qué ha pasado, qué significa para él, qué debe pensar o sentir. Y ese trabajo emocional, en plena adolescencia o infancia, puede desbordar.
Cuando lo que se sabe viene del entorno social o mediático, llega sin contexto ni mirada afectiva. Y eso genera confusión, inseguridad y, muchas veces, una sensación de exposición injusta.

Antonio David Flores con sus hijos Rocío Flores y David Flores.
P.: En algunos casos, como el de Rocío Flores, se ha llegado incluso a denuncias dentro del núcleo familiar. ¿Qué puede llevar a una ruptura tan extrema del vínculo entre padres e hijos?
R.M.: Las rupturas en el vínculo no ocurren de un día para otro. Son el resultado de una relación que, durante mucho tiempo, no ha nutrido emocionalmente al menor. Una relación se mantiene viva si se alimenta: con presencia, con reconocimiento, con límites claros pero afectivos. Si eso no ocurre, o si el hijo siente que ha sido tratado como moneda de cambio en una lucha entre adultos, llega un momento en que algo dentro de él se desconecta. A veces lo que se rompe no es el amor, sino la posibilidad de confiar en ese vínculo como lugar seguro.
Además, cuando el menor crece sosteniendo tensiones que no le corresponden —lealtades divididas, silencios impuestos, roles invertidos— puede acabar desarrollando una defensa relacional que le lleve a distanciarse por completo. Y si esa desconexión no se aborda, si no hay un espacio para reelaborarla, puede cristalizar en forma de rechazo, denuncia o corte del contacto. Lo que parece una ruptura “repentina” suele ser, en realidad, el resultado de una larga historia no dicha.
Raquel Molero: "Cuando un adulto se desborda frente al niño..."

Colate y Paulina Rubio con su hijo en brazos.
P.: En casos como el de Paulina Rubio y Colate, ¿cómo se puede proteger al menor mientras el conflicto está abierto?
R.M.: Proteger al menor empieza por reconocer que no debe ocupar un lugar activo en el conflicto. No es juez, ni mediador, ni confidente. Es un hijo. Y eso implica que su entorno debe ser seguro, predecible y emocionalmente habitable.
Es importante que los adultos limiten la información que se comparte con él, ajustándola a su edad y capacidad de comprensión. Pero además, que puedan gestionar sus propias emociones en la intimidad, sin que el hijo cargue con sentimientos que no puede procesar, y menos si vienen directamente de las personas que deberían sostenerle. Cuando un adulto se desborda frente al niño, sin filtro, el menor no solo se asusta: puede sentirse culpable, confundido o responsable.
También es clave que tenga espacios neutros: lugares donde no se espere que se posicione ni que justifique a nadie. Y si el conflicto está muy polarizado, o mediáticamente expuesto, estos espacios pueden necesitar ser estructurados con apoyo profesional. La protección real no se basa solo en ocultar información, sino en crear un contexto emocional donde el menor no tenga que dejar de ser hijo para poder sobrevivir.

Bárbara Rey con Ángel Cristo y sus hijos Sofía Cristo y Ángel Cristo Jr.
P.: ¿Es peor cuando los conflictos se airean en televisión o redes sociales, frente a cuando se mantienen en el ámbito privado?
R.M.: Sí, suele ser más dañino. No solo por lo que se dice, sino por cómo se dice y quién lo escucha. En la esfera privada, los adultos pueden elegir qué contar al menor, cuándo hacerlo y con qué palabras. Pueden cuidar el mensaje, adaptar la información a su edad, protegerle emocionalmente. Pero cuando el conflicto se hace público, el menor pierde el control sobre su propia historia. Y eso puede hacer que se sienta juzgado, avergonzado o incluso traicionado. La sobreexposición rompe la intimidad, y con ella, la posibilidad de procesar lo vivido en un entorno seguro.
Además, los conflictos públicos tienden a polarizarse. Cada parte se ve empujada a defender su versión con más fuerza, a reforzar posturas, a utilizar estrategias que ya no buscan reparar, sino ganar. En ese contexto, el niño o adolescente queda en medio de un relato que no ha elegido, sin poder matizar, sin poder parar el daño.
P.: ¿Qué consejo darías a unos padres que están en plena separación mediática para minimizar el daño en sus hijos?
R.M.: Lo primero: que recuerden que sus hijos no necesitan saber quién tiene razón, sino sentir que no van a quedar atrapados en medio. Protegerlos no es solo evitar que salgan en un plató o en una red social, sino también sostener su lugar como hijos, sin exigirles lealtades, sin usarlos como arma o refugio emocional.
Lo segundo: gestionar el dolor en espacios adultos. Separarse, denunciar o sentirse herido es legítimo. Pero ese malestar debe elaborarse en terapia, con amigos, con redes de apoyo. No delante de los hijos. Porque si el adulto se derrumba o se enfurece frente a ellos, es fácil que el menor empiece a cuidar lo que no le toca, o a actuar desde el miedo o la culpa.
Y por último: que cuiden lo que se dice y lo que se publica. Todo lo que hoy parece “necesario para defenderse”, puede quedar registrado. Y lo que el hijo no entienda ahora, lo entenderá con el tiempo. La exposición no se borra. Y muchas veces, lo que más daña no es el conflicto, sino cómo se narró.