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España se vuelca para reconstruir La Palma tras la erupción del volcán

El volcán Cumbre Vieja ha desencadenado la tragedia, engullendo todo lo que encuentra a su paso: casas, cultivos, carreteras...

EL PODER DESTRUCTOR DE LA LAVA. Los edificios no han podido soportar la embestida de la colada y acabaron engullidos para desaparecer de la faz de la Tierra en muy poco tiempo.

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La erupción del volcán Cumbre Vieja en La Palma no se detiene. Ni su rugido. Igual que cuando el monte Vesubio, en la época del Imperio romano, dejó enterrada la ciudad de Pompeya, la violencia que anida en las entrañas de la Tierra se ha empeñado en sepultar casas, edificios, sueños, negocios y, sobre todo, los recuerdos de los habitantes de la llamada isla bonita.

Comportamiento ejemplar de los vecinos en La Pama

Entre lágrimas y desesperación, vecinos de La Palma abandonaron sus hogares, tras rescatar como podían y con ayuda de equipos de emergencia, objetos, muebles y sus recuerdos más queridos.

En esta tragedia, de momento, no hay que lamentar víctimas mortales. Es un triste consuelo, pero debería suponer un punto de partida porque, como dijo un vecino que vivía a 200 metros del volcán: "La casa se perderá, pero estamos vivos y es un milagro que lo estemos".

La labor de previsión de los científicos y el trabajo de la Policía Nacional, la Guardia Civil y la Unidad Militar de Emergencia, que dirigen las tareas de evacuación, así como una población que, a pesar de la incertidumbre y el dolor, está teniendo un comportamiento ejemplar, son las claves de esta circunstancia.

Relato de una tragedia

Fue el pasado domingo 19 de septiembre cuando el Cumbre Vieja se despertó. Llevaba días avisando, revolviéndose inquieto y causando hasta 25.000 movimientos sísmicos que anunciaban lo peor. Y lo peor llegó a las 15.12 horas, cuando una explosión causó la expulsión de las primeras lavas.

Acababan de abrirse las puertas del infierno en una isla considerada un paraíso por sus increíbles paisajes, sus profundos bosques, sus cultivos, sus playas y sus cielos, llenos de estrellas. Desde ese día, la erupción, que en algunos momentos ha sido tan violenta que ha lanzado el magma a una altura de 400 metros, no ha dejado de vomitar lava por hasta nueve bocas, provocando la aparición de tres lenguas principales.

Estas coladas, cuya temperatura es de más de 1.000 grados, llegaban a tener, en algunos puntos, 600 metros de ancho y una altura de 15 metros (como un edificio de cuatro plantas) mientras avanzaban hacia el mar a una velocidad que, con el paso de los días, se ralentizó pasando de los 700 metros por hora a los 7 metros en algunas localidades.

Finalmente, la lava llegó al mar y las imágenes que está dejando son absolutamente sobrecogedoras:

La fuerza de la lava, que arrasa con todo lo que encuentra a su paso, es increíble. Aquí, a su llegada al mar.

En cuanto a la preocupación por la calidad del aire, debido a los gases volcánicos y a la emisión de dióxido de azufre (la nube de gas tóxico se dirigía a la Península), la Unidad Militar de Emergencias (UME) confirmó en sus análisis de la calidad del aire que éste no era perjudicial para la salud de los vecinos de La Palma.

El sonido del llanto

Hace 50 años, el Teneguía expulsó lava durante casi un mes. Decenas de barcos de pesca fueron evacuados, una persona murió al inhalar gases del volcán por acercarse demasiado, pero no afectó a zonas pobladas. En la foto, familias que iban a ver la actividad del volcán.

Los municipios más afectados por el material que está lanzando el volcán son El Paso, Tazacorte y Los Llanos de Aridane. En éste último se encuentra la localidad de Todoque, parte de la cual fue devorada en unas horas por una insaciable colada de lava que invadió sus calles, bares, tiendas, plazas y todos aquellos rincones llenos de vida unos días antes y que desaparecieron bajo ésta sin dejar rastro.

Al sonido que deja en el aire el rugir del volcán, se le suma otro mucho más ensordecedor, el de los sollozos de las personas que han visto con impotencia cómo sus vidas se asomaban al vacío, tras cerrar las puertas de sus hogares y separarse para siempre de todo lo que ha dado sentido a sus vidas hasta ahora.

¿Cómo describir la sensación de los que, habiendo recogido de su casa todo lo que buenamente podían, la dejaban atrás sin saber si iban a volver a verla? ¿Qué pensamientos y recuerdos les han asaltado? ¿El del día que llegaron por primera vez? ¿El de la habitación de su niñez, asociado a la ternura de su madre cuando, cada noche, le daba un beso antes de irse a dormir? Imposible ponerle palabras a la mezcla de tristeza, nostalgia anticipada por lo que dejan atrás y congoja que han soportado, y aún soportan, en medio de la incertidumbre que, hoy, por culpa de un volcán, domina sus vidas.

15 minutos para empaquetar una vida

Arriba, Fernando, quién después de dejar su casa no se atrevía a echar la vista atrás. "Me hiere hacerlo. Porque allí están mis recuerdos, toda una vida". Abajo a la derecha, Juan Díaz, de 86 años, ha vivido tres erupciones. La de 1949 –"La más fuerte"–, la de 1971 y ésta. A la izquierda, Pedro Jiménez, quien pasó tres noches durmiendo en el coche porque no quería dejar a sus perros. "Habría sido como abandonar a la familia", comenta. 

En medio de las carreras y la angustia, muchos sólo tuvieron 15 minutos para recoger lo que pudieron de sus hogares. Fueron momentos en los que se cazaron al vuelo conversaciones, interrumpidas por los avisos de los servicios de emergencia. "Que no se te olviden los papeles importantes, papá. Ni las medicinas", decía un joven que se afanaba en ayudar a su familia a salvar todo lo que cupiera en su coche.

O la frase de un matrimonio octogenario de La Laguna, Manuela y Francisco, que sacaban de su casa sus pertenencias más importantes, acompañados por un operativo de Protección Civil, mientras decían entre lágrimas que "toda nuestra vida está ahí", y el olor a quemado, azufre y una lluvia de cenizas se colaban por todas partes. Hasta llegar al alma.

Uno de los testimonios que estos días nos ha dado idea de la incertidumbre que genera esta tragedia, es el de Fernando, un palmero cuya casa está al lado del volcán. "Por ahora, yo veo que sigue en pie, pero me imagino que a lo largo de toda la erupción terminará destruyéndose", explicaba ante las cámaras de Telecinco antes de añadir que ya no es capaz ni de mirarla. "Me hiere mucho, no puedo, imposible. Es la casa de mis antepasados. Están mis recuerdos, los lugares de juegos de mi niñez, por donde paseaba, toda una vida ahí, en ese lugar", comentaba. 

"Es el volcán del dolor"

También cerca de la zona cero del volcán, otro vecino, José Alonso Plasencia, explicaba al diario "Nius" cómo notó que el Cumbre Vieja estallaba justo encima de su casa. Él y su familia estaban comiendo cuando escucharon "una explosión grandísima, después vimos el chorro de humo y entonces llegó el ruido, ese ruido que se ha quedado grabado en mi cabeza. Era como el zumbido de un avión reactor, pero salía de las entrañas de la tierra", relataba.

José y su esposa se miraron. Se les heló la sangre, porque lo que más temían estaba pasando. Y su hijo, aterrorizado, gritó entonces: "¡Papi, mami, corran, que nos vamos a morir!".

En medio de aquel vaivén de emociones y como las autoridades ya habían pedido a la gente que tuvieran preparadas sus mochilas para una evacuación, tras serenarse y echar un último vistazo, ensombrecido por las lágrimas, a su hogar, las cogieron y salieron. En cuatro días, él y su familia lo perdieron prácticamente todo y José confiesa que es tal su pena, que ni siquiera es capaz de mirar al Cumbre Vieja.

"Es el volcán del dolor, porque eso es lo que ha traído, tristeza y desolación. Cuesta mirarlo sabiendo que ha acabado con tantos sueños, tantas ilusiones, tantos recuerdos...", acaba por decir, casi en un murmullo.

 

"Que nos den un sitio para empezar de cero"

Nieves y Moisés, de los primeros en ser desalojados y en perder su casa, se lamentaban amargamente de que la lava se ha llevado toda su vida. "No es algo que podamos recuperar, no es cuestión de ayudas ni de nada, perdimos lo que habíamos hecho granito a granito… Hay lava y destrucción y nada de belleza", sentencia el matrimonio.

Son cientos, miles, las personas de La Palma, que, impotentes, ven cómo lo van a perder todo. Y entre todas ellas, Leticia Rocha se ha convertido en uno de los símbolos del sufrimiento de la isla. Su imagen, llorando en la parte trasera de un camión, cargado con las pertenencias que pudo rescatar de su casa, es el vivo retrato de la desesperación.

"Me despedí del sitio donde nací y donde lo tenía todo porque se lo iba a llevar la lava", le contaba a Pedro Piqueras en un plató improvisado de Mediaset. Leticia, que compartía vivienda con sus dos hijos y su madre, ha asumido que tendrá que "volver a empezar en otro sitio" y pidió encarecidamente ayuda a las autoridades para poder hacerlo. "Por lo menos que nos den un sitio para vivir, ya que estoy con mis hijos y tenemos que comenzar desde cero", suplicaba.

Durmiendo en el coche para no abandonar a sus perros

La historia de Pedro Jiménez, de 71 años, es de las que conmueven en medio de una catástrofe. Este grancanario renunció a la alternativa habitacional facilitada por el cabildo de La Palma porque no quería separarse de sus compañeros de vida, sus tres perritos. Le dijeron que podía dejarlos en una perrera, pero se negó. En lugar de eso, estuvo tres días durmiendo en su coche con los animales, hasta que una vecina le ofreció una habitación y pudo quedarse con sus compañeros.

Como hemos dicho, la incertidumbre es la gran protagonista de este drama. Aparte de no saber si van a recuperar sus hogares, el futuro de los palmeros se presenta complicado. Porque la erupción del volcán, que podría durar entre 24 y 88 días, según los expertos, es un duro golpe para la isla y su industria.

El plátano y el turismo, en riesgo

Las coladas han aislado más de 400 hectáreas en las que se producen 20 millones de kilos de plátano al año, cultivo que es su principal actividad económica. Una parte de esa producción va a desaparecer bajo la lava, mientras que el resto corre riesgo de perderse por falta de riego y la imposibilidad de su recogida.

Y es que la lava arrasa con todo, incluidas líneas eléctricas, carreteras y tuberías que permiten llevar el agua hasta las plataneras. La fuerza destructora del volcán ha golpeado también al sector turístico, acabando con casas rurales y complejos de viviendas de vacaciones, que han quedado sepultados por la lava.

Jorge Hernández, propietario de una empresa de intermediación turística, se lamenta de que la erupción "ha amputado una de las principales zonas de turismo de naturaleza, porque ahora el paisaje ha cambiado. El daño es muy grande".

Cifras millonarias para reconstruir La Palma

Con este panorama, se calcula que los daños van a superar con creces los 400 millones de euros, por lo que la isla se acogerá a los fondos de solidaridad de la Unión Europea. Esas ayudas cubrirán infraestructuras públicas como carreteras, escuelas, redes hidráulicas y alojamientos para los evacuados.

Por otro lado, el Consejo de Ministros activó la declaración de zona de emergencia de Protección Civil y el presidente Pedro Sánchez afirmó que la gestión de esta crisis no terminará "hasta que no se haya reparado todo aquello que el volcán ha destrozado".

Oleada de solidaridad

Un guardia civil y un bombero observan, impotentes, el avance lento e inexorable de la lava, que tiene más de 1.000 grados de temperatura.

Mientras llegan las ayudas oficiales, muchos particulares y empresas se están volcando para amortiguar el golpe económico y social.

Si algo ha hecho la situación de La Palma es despertar la empatía y la solidaridad, no sólo de los propios canarios, sino, como han reconocido emocionados los vecinos, de todos los españoles. Los mensajes de ánimo han inundado las redes sociales y mucha gente está enviando ropa, alimentos y objetos de primera necesidad que pueden ser de utilidad para paliar la situación de miles de palmeros que se han quedado sin nada.

En este sentido, el chef José Andrés ya ha instalado en La Palma el equipo de su oenegé, World Central Kitchen, para repartir comida y poner su granito de arena ante esta catástrofe. 

Y antes de acabar, no está de más recordar a todos aquellos que quieran colaborar, que el Ayuntamiento de El Paso ha habilitado tres líneas telefónicas –abiertas de 9 a 13 horas– para canalizar las ayudas a los damnificados. Éstas son: 689 542 688 (Alojamiento), 680 443 551 (Donaciones) y 638 780 770 (Voluntariado).