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Carmen Sevilla: Vicente Patuel, el gran amor de su vida

Tras atreverse a romper un desastroso matrimonio, halló la felicidad con el empresario, pero tuvo que hacer una gran renuncia

La boda de Carmen y Vicente fue una exclusiva que les reportó dinero para la finca que el empresario había montado.

La boda de Carmen y Vicente fue una exclusiva que les reportó dinero para la finca que el empresario había montado.

J.C

En el quinto capítulo dedicado a la vida de Carmen Sevilla repasamos su historia de amor con Vicente Patuel, el gran amor de su vida; el hombre que le dio todo lo que Algueró le había negado.

Y es que Carmen Sevilla aguantó carros y carretas en su matrimonio con Augusto Algueró por el qué dirán y, sobre todo, por su hijo. Con el tiempo y viendo que el compositor no dejaba de tener aventuras, se dio cuenta de que su marido no iba a cambiar, que siempre le sería infiel.

La gota que colmó el vaso fue cuando el pequeño Augustito se peleó con unos compañeros de clase por un reportaje en la prensa sobre un nuevo amorío de su progenitor. Y, ahí, salió la madre leona: por ahí no pasaba… y las cosas empezaron a cambiar. Sobre todo, cuando apareció en su vida un hombre, Vicente Patuel.

Un amor cocinado a fuego lento

Un día, la actriz coincidió con Vicente Patuel, empresario de salas de cine y gran admirador suyo. Tanto, que atesoraba un autógrafo que ella le había firmado en 1948, cuando actuó en el teatro Gran Vía con la compañía de baile de Paco Reyes. Conmovida por esa historia, quiso saber más cosas de aquel hombre culto, buen conversador y tierno.

Poco a poco empezaron a verse y a salir sin que la artista sintiera remordimientos. Es más, notaba que la felicidad regresaba a su rostro, a su expresión y a su mirada y eso le daba una fuerza y una valentía que nunca antes había sentido. “Con Vicente conocí lo que es el amor”, dijo en sus memorias. Todo lo demás no contaba.

Carmen decidió mantener oculto su idilio con Vicente y se veían en secreto, viviendo su amor como dos chiquillos, en un apartamento en la calle Princesa. Carmen estaba espléndida porque cada día escuchaba de los labios de su amado “todas las frases que durante años había necesitado oír sin que nadie me las dijera”.

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