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Mario Vargas Llosa: así es el relato donde cuenta su historia con Isabel Preysler

Se trata del cuento 'Los vientos', en el que su narrador confiesa que sólo hizo mal una cosa en la vida, "abandonar a Carmencita", en quien todo el mundo ve a Patricia, su exmujer

Mario Vargas Llosa

Mario, de 86 años, escribió el relato en el 2020.

Saray Cruz

Estos días se ha publicado, en varios diarios de Prensa Ibérica, el relato de Mario Vargas Llosa 'Los vientos', narrado en primera persona por un hombre de avanzada edad (¿un alter ego del propio Mario?) y en el que el autor parece inspirarse en aspectos de su vida, como, por ejemplo, su relación con Isabel Preysler y su ruptura, de la que se arrepiente, de Patricia Llosa, su esposa de 1965 al 2015.

Aquí destacamos varios de los pasajes que parecen más autobiográficos y nos permiten conocer un poco más la vida y la forma de pensar del escritor.

Su vida sexual: ayuda química para hacer el amor

Acerca de este tema, el autor Mario Vargas Llosa no tiene problemas y su protagonista confiesa cuándo hizo el amor sin "ayuda química" por última vez.

"Tampoco imaginamos que fuera tan común que las gentes llegaran a vivir tanto (...). Y, sobre todo, que hombres y mujeres pudiéramos durar lo que duramos conservando la lucidez –no así la memoria, 'hélas'– y disfrutando de la vida. (La última vez que hice el amor sin ayuda química fue hace unos diez años, creo, o por ahí)".

Mario Vargas Llosa, su esposa, Patricia, e Isabel Preysler en una foto de los 80.

El autor, su esposa, Patricia, e Isabel en una foto de los 80.

Isabel Preysler y Patricia Llosa, ¿fielmente retratadas?

Es difícil no leer en clave biográfica las referencias a su separación. Primero, porque en el relato la mujer abandonada se llama Carmencita y su exmujer en la vida real se llama Carmen Patricia (aunque la llaman Patricia sin más), y segundo, porque si eso es cierto, entonces, la mujer por la que rompió su matrimonio debe de ser Isabel.

"Todas las noches, parece mentira, desde que cometí la locura de abandonarla pienso en ella y me asaltan los remordimientos. Creo que sólo una cosa hice mal en la vida: abandonar a Carmencita por una mujer que no valía la pena".

Mario Vargas con su exmujer

Vargas Llosa en la casa de Patricia, en Lima

Más adelante, añade: "Ya me olvidé del nombre de aquella mujer por la que abandoné a Carmencita; volverá a mi memoria, sin duda, aunque, si no volviera, tampoco me importaría. Nunca la quise. Fue un enamoramiento violento y pasajero, una de esas locuras que revientan una vida. Por hacer lo que hice, mi vida se reventó y ya nunca más fui feliz".

Para acabar de hablar de esa historia de amor en el relato reconoce: "Fue un enamoramiento de la pichula, no del corazón. De esa pichula que ahora ya no me sirve para nada, salvo para hacer pipí".

Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler: mundos opuestos

Hay un fragmento del relato en que el protagonista se encuentra con un grupo llamado "los desequilibrados". Estos jóvenes podrían estar inspirados por el entorno frívolo y obsesionado por la estética, tan alejado de su pasión por los libros y el mundo intelectual, en el que el autor ha vivido durante su relación con Preysler.

"Para ellos, en verdad, lo sagrado son las perfumerías y las farmacias. (...) Me confesaron que todo el dinerito que ganan con trabajos eventuales y las pensiones que recibían por el mero hecho de existir lo invertían en comprarse pastillas, lociones, tónicos, todo aquello que impide el deterioro de la piel, los ojos, los dientes. Por razones de estética, también, pero sobre todo de salud. Decían que, aunque hay muchas cosas malas en nuestro tiempo, hay una buenísima, y es todo lo que ha inventado la ciencia para defendernos contra la decadencia física: desinfectantes, reconstituyentes, bálsamos, hidroterapias, baños térmicos, masajes, un arsenal de drogas y productos naturales que, usados con sabiduría, mantienen a los seres humanos sanos, bellos, en pleno uso de sus facultades hasta el último día".

Descubre más sobre el polémico cuento de Mario Vargas Llosa en este enlace.

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