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Jaime Peñafiel: "Mis Navidades más inolvidables"

Felices fueron las que viví en mi niñez, en el carmen granadino de mi familia, pero memorables fueron las que pasé en Indian Creek, con Julio Iglesias y Lucho Gatica

 Con mi amigo y compadre Julio Iglesias.

 Con mi amigo y compadre Julio Iglesias.

Jaime Peñafiel

Cuando se han cumplido tantos años como tengo yo, no hay duda de que se han vivido algunas Navidades inolvidables y otras, no tanto. Pero el balance, en mi caso, es positivo. Independientemente de las fiestas familiares pasadas en el carmen granadino donde nací, todas ellas felicísimas, cuando ya me hice hombre y me independicé, hubo Navidades imborrables que, hoy, recuerdo con inmenso cariño. Sobre todo, las que viví en Miami, en Indian Creek, en la mansión de mi amigo Julio Iglesias, padrino de mi boda con Carmen, en junio de 1984.

Antes, yo ya había pasado varias vacaciones navideñas en Miami. Siempre fueron felices. ¿Siempre? Miento. Porque hubo unas, las de 1981, que fueron tremendas, ya que secuestraron al doctor Iglesias Puga, el querido "papuchi". Es verdad que no fue en plena Navidad, pero sí el 29 de diciembre, es decir, durante las fiestas.

Ese día, yo llegué a Miami inmediatamente para acompañar a mi amigo en tan duro trance. Fueron las peores jornadas de su vida, intensamente dramáticas. La lujosa villa que era su hogar se convirtió en un permanente duelo durante los 21 días que el doctor Iglesias estuvo secuestrado.

Aquí estoy, con el doctor Julio Iglesias Puga, el querido "papuchi", padre de Julio Iglesias, que fue secuestrado el 29 de diciembre de 1981, en plenas fiestas.

Aquí estoy, con el doctor Julio Iglesias Puga, el querido "papuchi", padre de Julio Iglesias, que fue secuestrado el 29 de diciembre de 1981, en plenas fiestas.

Nunca olvidaré la imagen de Rosario de la Cueva, la madre de Julio, que, aunque separada desde hacía tiempo de su esposo, se pasaba las noches arrodillada a los pies de su cama –yo la vi– rezando por la liberación de su exmarido.

Puedo decir que, mientras el cantante y Alfredo Fraile se encontraban en los estudios de Miami, tuve la suerte de recibir en Indian Creek, donde yo estaba con Rosario y su nuera, Mamen, la llamada telefónica en la que Carlos Iglesias comunicaba la liberación de su padre. También fui el único testigo del reencuentro de Julio con él, en el jardín de la mansión, después de que éste descendiera del helicóptero que le trasladó desde el aeropuerto de Miami, donde había llegado procedente de Madrid.

Una noche de alcohol y penas

Entre las Navidades y fiestas de Nochevieja que he pasado en Indian Creek, inolvidable fue la de 1982. ¿O fue la de 1983? Invitado esa noche por Julio estaba Lucho Gatica, el famoso cantante chileno, el rey del bolero, célebre por algunas canciones tan inolvidables como "La barca", "Sabor a mí", "Contigo aprendí", "Tú me acostumbraste" o "Espérame en el cielo".

Hasta entonces Lucho había estado felizmente casado, desde 1960, con María del Pilar Mercado Cordero, conocida artísticamente como Mapita Cortés, una bellísima portorriqueña de ojos verdes, actriz de cine y televisión y "Miss Puerto Rico" en 1957.

Lucho Gatica y su primera mujer, la artista Mapita Cortés, con quien estuvo casado 22 años.

Lucho Gatica y su primera mujer, la artista Mapita Cortés, con quien estuvo casado 22 años.

Pero aquella Nochebuena, a causa del alcohol que había ingerido o porque se sentía muy desgraciado –más bien me inclino por lo segundo–, se pasó la velada abrazado a una columna que había en el salón, llorando desconsoladamente. El motivo no era baladí, ya que su esposa, Mapita, acababa de abandonarle después de 22 años de matrimonio y cinco hijos, Luis, Alfredo, Luchana, Aida y María del Pilar.

Ni Julio ni Vaitiare, su compañera en esos años, ni ninguno de los presentes pudimos borrar jamás esa escena de nuestras mentes. Y he de reconocer que en parte fue porque no fuimos capaces de consolar ni por asomo al artista en esos momentos.

Pero, como no hay mal que cien años dure, Lucho Gatica se casó después con Diane Lane Schmidt, una modelo norteamericana con quien tuvo a su sexta hija.

Y volvería a casarse, pos teriormente, con Leslie Deeb, su última esposa, con la que tuvo otra hija. Lucho falleció en noviembre del 2018, a la edad de 90 años. Mapita, su primer gran amor, lo hizo antes, en el 2006, con 66.

La más dramática Nochebuena en La Zarzuela

Aunque no se trata de una de "mis" Nochebuenas, no me resisto a recordar, porque se lo merece, la del 2001 en la Zarzuela, cuando doña Sofía demostró una carencia total de sensibilidad.

Jaime Marichalar, de 38 años y esposo todavía de la infanta Elena, había ingresado el 22 de diciembre, a las 19.30 horas, en el hospital madrileño Gregorio Marañón tras sufrir un gravísimo ictus. Sorprende que la entonces Reina consorte decidiera celebrar, a pesar de todo, la Nochebuena, convocando a toda la familia en la Zarzuela.

No hay que olvidar que el príncipe Felipe tampoco estaba para fiestas. Hacía sólo tres días que el Rey, su padre, le había obligado a romper con Eva Sannum, la mujer con la que había decidido anunciar su boda.

Eva, guapísima, con Felipe de Borbón durante la boda de Haakon y Mette-Marit.

Eva, guapísima, con Felipe de Borbón durante la boda de Haakon y Mette-Marit.

Mientras la Familia Real se reunía en torno a la mesa como si nada hubiese sucedido, la infanta Elena permanecía a solas con Jaime, demostrando la bravura callada que han tenido siempre las borbonas. Esa Nochebuena, era la amante de Teruel en llamas, mientras estaba tras la cristalera de una UVI hospitalaria, pasando la noche más crítica de su vida al lado de su esposo. Es más. Llegó a cubrir el vidrio que le separaba de Jaime con fotografías de sus hijos, para que, cuando se despertara, fuera lo primero que viera.

A esas horas de la madrugada, mientras la familia cenaba en la Zarzuela, aún no se sabía si Jaime saldría de esa situación ni cómo. Con razón me diría el inolvidable general Sabino: "Los Borbones no se quieren entre ellos". Lo estamos viendo actualmente y lo vimos hace 20 años, en la Nochebuena del 2001, en la que cada uno de los comensales de aquella mesa tenía su propio sufrimiento. 

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